Ni príncipes, ni sapos
La vida suele ser completamente diferente de cómo la planeamos cuando éramos pequeños. Los cuentos que me leía mamá antes de dormir, que no fueron muchos afortunadamente, igual terminaron por llenar mi cabeza de ideas bastante mágicas pero para nada lógicas.
Mi madre, en vez de leerme los típicos cuentos de princesas rescatadas por príncipes para hacerme dormir, prefería encender la lamparita de Hello Kitty de mi pequeña mesita de noche, sentarse a mi lado y juntas empezar a recitar casi de paporreta todos los países del globo terráqueo y sus respectivas capitales, hasta quedarme dormida. No tengo noción de en qué momento logré aprenderlas todas, ni mucho menos en qué momento las olvidé; ya que ahora sólo logro recordar unas cuantas, para mi mala suerte. Lo que si recordaré por siempre es la sensación tan extraordinaria que experimentaba a su lado y la forma tan orgullosa de cómo ella me observaba.
Debo agradecerle a mi querida mamá que ahora me cuida desde el cielo, el no haberme leído demasiados cuentos, aunque con los pocos que me leyó me bastó para asimilar la errónea idea que nos inculcan, sin darse cuenta, desde que somos niñas: La idea de que aparecerá el príncipe azul, el hombre perfecto que nos rescatará de las garras del dragón o de algún ogro maldito, que todo será color de rosa y tendremos un final feliz, y colorín colorado el cuento se ha terminado.
Pues efectivamente, mi cuento se terminó pero antes de empezar, porque lo único que he conocido hasta el momento son sapos disfrazados de príncipes, uno que otro villano con cara de buena gente, y dado mi instinto contradictorio opté por elegirlo, y unos cuantos arrastrados que nada tienen que ver con el protagonista del cuento, ese supuesto príncipe que cambiará tu vida.
Aún no logro entender, por qué no nos contaron la verdad desde un principio, por qué no nos dijeron que el amor es sacrificio, que si tienes una gran capacidad de amar, debes tener también una gran capacidad para sufrir, porque el que ama inevitablemente sufre. Nos vendieron el cuento del amor fácil. De un amor que es mágico y que curará todas las heridas sin el más mínimo esfuerzo. Un amor en el que no existen ni altos ni bajos, en donde los problemas no tienen cabida y todo es color de rosa.
Pero si en nuestro mundo, la vida es lo menos parecido a la perfección, porque el amor tendría que serlo. Tengo la sensación de que la gente ya no sabe amar, o no tiene noción de lo que implica y la capacidad de desprendimiento voluntario que ello conlleva. Relacionan un simple gusto con el amor, asocian un capricho con el amor, cuando ni siquiera se han dado tiempo de conocer a la persona, sus virtudes, sus defectos, su personalidad. Cómo pueden amar algo que no terminan de conocer y ni se dan el tiempo de hacerlo. No quiero caer en eso, aunque no puedo negar que he sido una de las primeras en gritar un amor que ni siquiera existía. Necesito conocerme un poco más a fondo, saber qué es lo que puedo dar, cuánto soy capaz de dar y entonces así estaré preparada para poder ser tocada por el amor y podré disfrutarlo al máximo.
Últimamente ando un poco decepcionada de cómo es tratado el amor. No creo que el amor sea el problema, sino son las personas que aman las que no saben cómo hacerlo. Y eso se lo atribuyo de alguna manera a los cuentos absurdos con las princesas tontas incapaces de ser felices sin el ansiado príncipe. Es por eso, que la mayoría de mujeres, con todas las neuronas completas pero sin la menor intención de usarlas, se ven desesperadas cuando están demasiado tiempo solas. Inconscientemente se sienten frustradas porque necesitan a su príncipe y no lo consiguen. En la etapa más crítica optan por estar con cualquier adefesio que se vista de príncipe para acallar las voces de su subconsciente que secretamente les está jugando una mala pasada. Es así como experimentan un falso amor seguido de una verdadera decepción.
No se trata de encontrar el príncipe, se trata de encontrarse a uno mismo, conocerse y aceptarse. Ése es el primer paso. Luego, con pleno conocimiento propio, sabrás bien qué es lo que quieres, hacia dónde quieres ir y con quién quieres hacerlo. Así podremos elegir a quien verdaderamente nos hará felices y no haremos una elección apresurada de una mala imitación de príncipe con cuerpo de sapo y encantador de serpientes.
No quiero más sapos en mi vida, no busco príncipes azules, sólo busco personas, no tan comunes y mucho menos corrientes, que se conozcan a sí mismos y que tengan la capacidad de conocer al resto. Personas más humanas y con menos poses. Gente más real y menos ideal. Personas que nada tienen que ver con esa figura idílica de un príncipe inexistente.
Comentarios
Publicar un comentario