El curso natural de las cosas
“Si la vida nos da limones, hagamos limonada”. “Si te caes siete veces, levántate ocho”. “Cuanto más grande la dificultad, mayor la gloria”. Estas son algunas de las típicas frases que supuestamente nos sirven de almohada cuando atravesamos momentos difíciles y pretendemos sentirnos positivos; aunque por dentro tengamos el corazón hecho trizas, los ánimos por los suelos, la ansiedad multiplicada por mil y la bipolaridad a flor de piel. Y claro estas alteraciones no sólo se sienten internamente sino que son casi imposibles de ocultar por fuera, haciéndonos lucir como verdaderos zombies come cerebros deambulando a través de la vida cotidiana. En mi caso, me sentía como un zombie intentando sobrevivir en un mundo que seguía girando, a pesar de mi desánimo, y que no por ello dejaría de hacerlo. Intentaba parecer normal, reír cuando me era casi imposible, salir cuando lo único que deseaba era dormir por días para olvidarme del mundo, y todo aquello lo hice con la mayor perfección, como un actor experimentado actuando su propia vida, con el único objetivo que el resto no note el estado alterado de consciencia en el que me encontraba. Y así anduve por días, intentando que mi actuación de tranquilidad y felicidad aparente se impregnara en mi ser y se fundiera con la realidad.
Ahora con la mente un poco más despejada y el corazón un poco más anestesiado, me propuse sacarle el mayor provecho a todo. Comencé a pensar en estas frases que siempre tienen un buen por qué para todo lo que nos sucede en la vida, y trate de embriagarme de positivismo con ellas. “No hay mal que por bien no venga” y “El universo se encarga de equilibrarlo todo” son algunas que me vienen a la mente. Y he notado que he pasado de la desazón absoluta al aburrimiento completo, es decir, que estas frases no tienen el menor efecto dopamínico conmigo y debo buscar otro tipo de anestesia a mi traicionero estado de ánimo.
A veces me pongo a reflexionar sobre los acontecimientos ocurridos durante mi alocada adolescencia y llego a la terrible conclusión, que el destino me está devolviendo todos los dardos envenados que lancé a diestra y siniestra hacia los corazones de los ingenuos adolescentes enamorados, a los que un buen día les juré amor eterno, y pasado un tiempo sin más ni más, terminaba repitiéndoles aquel solemne discurso preparado de antemano, en los que aludía una serie de terribles problemas existenciales y la necesidad de estar sola para poder resolverlos. Soltaba también aquellas típicas frases cliché, repetidas de paporreta y muy común en estos tiempos: No eres tú, soy yo. Te quiero, pero en este momento necesito estar sola para reencontrarme.
Cuán falsas fueron aquellas palabras pronunciadas desde mis labios adolescentes, y cuán difícil fue para ellos poder aceptarlas y dar un paso al costado. Ahora que veo las cosas de diferente manera, me doy cuenta que la sinceridad vale mucho y que pude evitarme una serie de problemas actuales.
Tengo la extraña sensación de estar recibiendo de vuelta todas aquellas mentiras que alguna vez pronuncié, todo por culpa de esta ley kármica de causa y efecto, a la que ahora le tengo tanto respeto. Siento como si una avalancha de mentiras se implantara en mi vida sin que yo pudiera hacer algo para evitarlo. Como si estuviera recibiendo una dosis de mi propia medicina.
Pensé que mi deuda con el universo había sido saldada con mi anterior relación amor-odio, pero veo que me quedó un cachito por cancelar, o probablemente esté eligiendo de manera equivocada y la peor opción de todas, fiel a mi caprichoso gusto por querer lo que no puedo tener. Quiero pensar que es lo segundo, ya que esto tiene una solución razonable. Simplemente debo empezar a hacerle caso a mi sexto sentido que nunca me ha fallado, debo dejar de creer más en palabras bonitas que en las acciones duraderas, y ver un poco más allá de lo evidente como solía hacerlo Leon-o, el Señor de lo Thundercats, gracias a su espada del augurio. Una de esas espaditas no me vendría nada mal en estos tiempos donde la gente dice mucho y no cumple casi nada. Solo sé que debo elegir mejor, que debo escuchar a mi corazón pero también a mi razón.
Me duele la traición, me duele saber que las palabras fueron solamente eso, simples palabras que adornaban un discurso y carecían de toda sinceridad. Me duele la hipocresía y la desfachatez con que esa persona cuestionó en algún momento mi amor. Sí, me duele. Pero también está el otro lado de la moneda, y es la tranquilidad de saber que no me equivoqué, que mi sexto sentido esta vez actuó como la espada del augurio y me permitió ver más allá de lo evidente. No me equivoqué cuando dudaba en depositar mi confianza sobre él, no me equivoqué cuando me negaba a involucrarme. No me equivoqué cuando pensaba que no era para mí y traté de alejarme y calcular la situación. Simplemente no me equivoqué en lo más mínimo, y el tiempo se encargó de darme la razón. Eso quiere decir, que mi capacidad de amar está intacta, que sí soy capaz de confiar y que no soy una chica fría que lo calcula todo. Nunca pude confiar en él porque no era digno de confianza. Me resistía a la idea de la relación, no porque no quisiera una relación, sino porque el sería incapaz de darme una. Así, que a pesar de toda la decepción que tuve, porque sí lo quise y mucho, me quedo con el dulce sabor de la victoria, con el orgullo de haber hecho bien las cosas y con la esperanza que todo lo que venga sólo puede ser mejor. Me quedo con la sensación de haberme quitado de encima a un hombre que no merecía mi amor y que nunca sería capaz de hacerme feliz. Me quedo con esa sensación de victoria de saber que no perdí sino todo lo contrario.
Comentarios
Publicar un comentario