Relato de una soñadora sin sueños
La habitual nitidez con que con que ella solía vislumbrar lo que debía hacer, recientemente estaba siendo eclipsada por una enorme aglomeración de pensamientos y sensaciones que nada tenían que ver con la realidad, pero que día a día iban haciendo mella en su interior, sin que siquiera lo notara.
Había llegado a un punto en el que se encontraba detenida en el tiempo preguntándose qué camino debía tomar, pero nadie podía darle esa respuesta sino su propio corazón. Pero ella tenía miedo y estaba paralizada. Miedo de sentir, miedo de amar, miedo de luchar, en pocas palabras miedo de vivir.
A lo largo de su vida había conocido diferentes personas que la habían amado mucho, y ella algunas veces, también los amó. Pero de un tiempo a esta parte su corazón se había ido cerrando poco a poco sin que ella se percatara, hasta llegar al punto en que ya era demasiado tarde, se había sellado por completo convirtiéndose en un ser humano frío y sin sueños.
Pero el destino es impredecible y un día cualquiera el tiempo se detuvo para ella, y por primera vez lo vio. Era una fresca tarde de invierno, se había sentado en la banca de un parque sumida dentro de una profunda apatía con un libro abierto entre las manos, que no se animaba a empezar. Cuando de pronto sintió una mirada que logró penetrarla y sacarla de su ensimismamiento; levantó los ojos y pudo contemplarlo con insólita ternura.
¿Qué eran todas aquellas sensaciones tan extrañas y casi olvidadas que volvía a experimentar después de muchísimo tiempo? Inmediatamente sintió como si se alejara de su zona segura, bajó la mirada y partió rumbo a casa. Estaba tan exaltada que no alcanzó a oír que la llamaban hasta el momento en que se encontró frente a la puerta de su casa. Se detuvo, miró hacia atrás y ahí estaba él, con una amplia sonrisa que iluminaba su rostro:
- “Creo que este libro te pertenece”, pronunció él dulcemente.
Sus mejillas se ruborizaron, sintió un calor en el rostro y no atinó a contestar; sus manos temblorosas cogieron el libro, le dio la espalda y entró rápidamente.
A partir de ese momento, él chico pasaba delante de su casa todas las tardes con la esperanza de volver a verla. Sin embargo ella nunca salía, se resignaba a mirarlo detrás de la cortina, ocultándose siempre para no dar paso a esa vorágine de sentimientos que por un instante habían inundado todo su ser y logrado abrir su corazón.
Cuenta la leyenda que pasado muchos años, la chica finalmente logró vencer su propio miedo y pudo cruzar nuevamente aquella puerta que los había separado. Pero el tiempo era otro, ya no era su momento, muchas cosas habían cambiado e inclusive ella misma era muy diferente también.
Nadie supo de aquel muchacho que con sólo una mirada había logrado penetrar por un instante su gélido corazón, pero lo que sí sabemos es que ella no volvió a amar a nadie, porque no pudo encontrar a otro hombre que le despertara todo aquello que alguna vez sintió por ese muchacho de mirada dulce y sonrisa tierna, y que no se atrevió a amar.
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