Paradojas




Ella se dejó seducir por la fugacidad de unos besos ardientes, enloqueció por aquella musculatura perfecta de telenovela y sonrisa de revista, se enamoró de la forma sin conocer el fondo, ese vasto universo interno que anida en cada uno de los seres humanos. Lo dotó de un conjunto de cualidades idílicas atribuidas a un ser que parecía no ser de este mundo, se descontroló por la manera sublime en que su mente había concebido aquel arquetipo de hombre ideal y de las virtudes inventadas que le había conferido para dar forma al prototipo perfecto que había sido capaz, por primera vez en mucho tiempo, de sacarla del ensimismamiento y profunda frialdad en que su corazón se encontraba por aquella época confusa llena de verdades a medias y mentiras completas.

Hacía mucho tiempo había dejado de sentir, su cuerpo acostumbrado a fingir durante los últimos años, había perdido por completo la capacidad de vibrar al contacto con otra persona. Era cauta, desconfiada y calculadora, así la había hecho la vida y no estaba dispuesta a ceder el control de sus emociones a nadie. Sin embargo, el universo suele ser caprichoso y el destino le tenía preparado un cambio. Debido a la excesiva pasividad en que andaba sumida su vida, bajó la guardia y sintió una necesidad imperante de experimentar nuevamente aquellas emociones que en un pasado borroso se había negado.

Y fue así como se entregó por completo a la pasión y al desenfreno, sensaciones dormidas recorriendo recientemente su cuerpo, entibiándolo, despertándolo.
En uno de esos vaivenes en que se desarrollaba su vida lo divisó por primera vez a lo lejos, una especie de Adonis terrenal vestido de etiqueta en medio de simples mortales, e inevitablemente sucumbió al hechizo. La coraza de su corazón herido se iba desvaneciendo sin que ella pudiera si quiera notarlo. Poco a poco iba quedando expuesta a lo desconocido, a lo irreal, cautivada por todos esos dones ilusorios que ella misma le había inventado. Se embriagó de las interminables noches cálidas y acompasadas mientras sus cuerpos desnudos danzaban unidos bajo la luz de la luna. Todo aquello la colmaba de una especie de chispa de vitalidad efímera que al mismo tiempo le robaba la energía.

Surgió de pronto la paradoja constante del amor, seguir disfrutando y correr el riesgo casi inequívoco de naufragar en el intento o huir desesperadamente en busca de la conocida y tediosa calma. Miles de preguntas sin respuestas, muchas reflexiones sin conclusión aparente, y ahí seguía ella en medio de toda esa vorágine que la empezaba a consumir y le arrebataba la reciente ilusión.

Luego de muchas noches en vela, desde la penumbra de su habitación, extrañando aquel cuerpo y evitándolo al mismo tiempo tomó una decisión. Tenía que volver a verlo a pesar de aferrarse a sus fallidos intentos por evadirlo. Tras horas de lidiar con sus dudas y navegar entre la incertidumbre, se aventuró a abrazar con fuerza la idea que comenzaba a germinar en su mente desde esa noche.

Frente al él y mirándolo fijamente a los ojos, con el corazón descubierto latiendo a mil por hora en el fondo de su pecho, pudo vislumbrar finalmente el sublime espejismo que la había acompañado desde el momento en que lo conoció, por primera vez logró descifrar el halo de falsedad que lo envolvía y que ahora se tornaba evidente, nada con respecto a él había sido real, su prototipo perfecto se había encargado de hacerle vivir una auténtica farsa desde el día en que lo divisó en medio de la fiesta. Lo miró nuevamente: “-Los ojos no mienten -se dijo a sí misma”. Sintió de nuevo la terrible atracción al vacío, el vértigo que la devoraba y la empujaba a saltar hacia la antigua frialdad del alma.

De pie, mirando ahora hacia la nada, conteniendo la respiración y a punto de dejarse arrastrar por la poderosa fuerza de su anterior frivolidad, pudo percibir de pronto que algo en su interior había cambiado, ya no era la misma y se dio cuenta de que en adelante no necesitaba protegerse, ni aislarse de las emociones, el hecho de sentir no tenía por qué ser sinónimo de vulnerabilidad. En ese preciso instante eligió la vida real en lugar del escenario teatral que había venido montando durante tantos años. Los sentimientos eran parte de ella y a la vez ella se percibía parte del mundo, se sintió completa estando sola consigo misma, ya no tenía miedos y ahora también buscaba equivocarse, porque de eso se trataba la vida, ensayo y error, acertar y tropezar, triunfar y fallar, era eso lo que aportaba emoción a la existencia y la hacía interesante.

Había florecido una nueva versión de ella misma mucho más humana, llena de emociones y sensaciones contradictorias: terrenal e ideal, dulce y letal, caótica e impredecible, profunda y superficial. No tenía por qué ser perfecta y tampoco buscaba serlo, era libre después de mucho tiempo; y en cierta forma se lo debía a ese hombre con el que se topó por mera casualidad en un instante de su vida, quien pudo despertar emociones casi olvidadas, justo en el momento fugaz en que por azares del destino ella había bajado la guardia.


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