La oruga que se negaba a ser mariposa

 


    Es difícil describir la metamorfosis que vengo atravesando. Mi vida ha sido como el ciclo de una mariposa. De niña era una oruga feliz, una hermosa larva creciendo y descubriendo el mundo, y de pronto, me fui dando cuenta de que mis emociones me abrumaban, que las cosas cotidianas me afectaban de una manera mucho más profunda que al resto. Como es natural, a mi corta edad, no tenía herramientas para gestionar “esas emociones” de la mejor forma.

No era muy sociable, le tenía miedo a todo, los cambios inesperados me alteraban, en fin, muchas preguntas rondaban por mi cabeza. ¿Por qué mis amigas no se agobiaban como yo?, ¿Por qué la época de exámenes era para mí un sufrimiento intenso lleno de estrés?, ¿Qué me hacía pensar tanto hasta llegar a saturarme?, ¿Por qué estallaba en llanto cuando mi emoción era de felicidad?, ¿Por qué me abrumaba entre tanta gente?, me sentía incomprendida todo el tiempo y me encerraba en mi mundo mágico para evitar el contacto con el mundo real. Hasta que, finalmente, terminé por creer que algo no andaba bien conmigo.

Fue una época en que me aislé un poco, ya casi entraba a la adolescencia, no tenía muchas amigas y me pasaba el día fantaseando con ser otra persona. Pero un buen día, la oruga en su intento y lucha por encajar dentro del molde, descubrió “su armadura”. Esa armadura, que le permitió ser la chica popular, la extrovertida y la que era capaz de bloquear todas las emociones y sentimientos, en definitiva, la que podía controlarlo todo. Esa armadura, que también sería su salvación y perdición.

La armadura cayó sobre mí como un golpe de suerte, durante una tarde, mientras deambulada por los pasillos del colegio esperando a que llegara mi grupo de ensayo, cuando de pronto, tuve una revelación. Era eso, “dejar de sentir”, tenía que lograrlo… Quería ser normal.

Y fue así, como comenzó un arduo trabajo de bloqueo de emociones, puse sobre mí capas y capas de protección, armé corazas, construí murallas alrededor de mi para que nada me afectara demasiado. Y debo confesar que, no fue de la noche a la mañana, me costó trabajo, constancia y dedicación. Y yo soy de las almas vehementes, de esas que nunca se rinden cuando se les mete algo en la cabeza, por lo que el resultado fue impecable.

Con el tiempo se volvió natural el no conectarme con mis emociones, me torné fría y distante, todo con el único objetivo de no sentir. Separé mi cuerpo de mis emociones y mis pensamientos solo eran dirigidos a optimizar esa tarea. Y fue ahí también, cuando empezó el desmoronamiento de mi Ser, mi perdición. Cambié el rumbo de mi existencia, me separé del camino. Para ese entonces, ya me había convertido en otra persona.

Y ahora, cuando miro hacia atrás, puedo decir con certeza que fue ahí cuando comenzó mi verdadero calvario, porque me negué a mí misma para poder encajar en un molde que no estaba hecho para mí y me di la espalda para intentar agradar al resto; y porque ignoré mis necesidades con el único objetivo de complacer a una masa llena de apariencias. Y fue en ese instante, en que la oruga decide por cuenta propia quedarse encerrada dentro de su crisálida, detener su proceso de crecimiento y transformación, negándose la oportunidad de convertirse en mariposa.

Estar dentro de la crisálida se sentía más seguro, me permitió bloquear emociones para no sentir las cosas con esa intensidad abrumadora y defenderme de toda esa frustración que me embargaba al sentirme incomprendida. Tantas armaduras aprendidas con el único fin de protegerme, tantos patrones inconscientes para amortiguar esa avalancha de sensaciones de las que no podía escapar.

Cuando se percibe el mundo de forma amplificada y se siente en alta intensidad todas las emociones, te das cuenta de que no eres como el común denominador de los mortales y lo primero que viene a tu mente es que hay algo raro en ti. Te cuestionas, te limitas, te castigas, te anulas.

Sin embargo, el cambio es inevitable y después de algún tiempo, siempre se logra encontrar el camino. Y sí, yo volví hacia mi sendero. La primera luz que divisé para volver hacia mi camino de regreso, en busca de ese Ser que había dejado atrás hace muchísimo tiempo, fue descubrir que había otras personas como yo, que sentían con la misma intensidad, que tenían un sistema nervioso mucho más “fino” o sensible a la media, que se les llamaba PAS, que eran personas altamente sensibles y que es un rasgo de la personalidad como muchos otros, y por supuesto, que es perfectamente natural.

Reconciliarme con mi Yo-hiper-sensible no ha sido una tarea fácil. Las emociones muchas veces me ganan, sigo sintiendo frustración, me abrumo por cosas que otros no entienden, soy mucho más sensible a las sutilezas y me afectan situaciones que otros podrían considerar insignificantes. Cuando me tildan de ‘intensa’ o ‘dramática’, suelo sentirme incomprendida, pero lucho constantemente por recordarme que soy perfecta siendo como soy, que no tengo que encajar en las expectativas de otros y que las personas que realmente te quieren, te van a aceptar como eres.

En esta etapa del camino, la oruga está en el proceso de salir de su crisálida, no sabe cuánto tiempo le tomará llegar a convertirse en mariposa, pero abraza nuevamente la transformación como parte del proceso.

Estoy abriéndome a la posibilidad, dejando a un lado mis miedos, callando a esos pensamientos que intentan llevarme a mis viejos patrones, frenando mis ganas de huir y siendo valiente. Me he permitido bajar mis barreras y sentir a cabalidad todas mis emociones. Dicen que el amor te transforma y creo, firmemente, que es cierto. El amor es esa energía, capaz de derribar hasta las murallas más profundas. El amor es esa fuerza potenciadora que te despierta del letargo y te impulsa hacia la luz. El amor es transformación. Y para sentir amor, hay que permitirse también sentir todas las emociones.



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