De lo mágico a lo real, de lo real a lo superficial y viceversa.
Creo ser
plenamente consciente del momento exacto en que aquella chica dulce, tierna y
llena de ilusiones inició el inevitable cambio, que comenzó silenciosamente
para terminar gritándolo a través de los poros de su propio cuerpo.
Eran
tiempos celestiales para aquella joven, quien vivía en un mundo que nada tenía
que ver con la realidad. Siempre protegida dentro de su propia burbuja, que le
fue creada para mantenerla a salvo, sin imaginar que el mundo de allá afuera
era tan diferente de cómo ella pensaba, de cómo se lo habían hecho creer. Pasó la mayor parte de su niñez y su adolescencia dentro de un universo casi mágico, conoció la felicidad y la disfrutó por mucho tiempo pensando ilusamente que sería eterna.
Pero como
toda historia ficticia que se basa en situaciones endebles tiene siempre un
final, que no será el esperado, pues la vida no se trata de un cuento de hadas;
aquella joven conoció de pronto y de manera inesperada el profundo dolor y la
soledad más absoluta.
Nadie la
preparó para lo que vendría, nadie le enseñó a sobrellevar toda esa vorágine de
situaciones y sentimientos que comenzaba a experimentar sin la más mínima
experiencia.
La joven
debía crecer y salir del cuento y fundirse con aquella aterradora realidad, la
cual le pareció devastadora porque como era de esperarse, aún no se encontraba preparada.
Fueron
tiempos difíciles, en los que no tenía brújula, perdida dentro del vendaval de
emociones y sumida en la más profunda tristeza debido a la perdida de la
persona que había sido su guía, su
protectora, su amiga, su madre, la luz en su vida.
Sin esa
luz, todo era borroso, la línea divisoria entre el lo correcto y lo incorrecto
empezaba a desvanecerse. Ella sólo quería aplacar tanto dolor con distracciones
mundanas y se dejó envolver por aquel mundo incierto que le daba placeres
efímeros pero que no calmaba el dolor de fondo.
Y anduvo
así por años, que fueron transformándola, sin darse cuenta, en otra persona
completamente diferente de lo que había sido, se había convertido en todo lo
que ella alguna vez reprochó. Pero como era de esperarse, la joven no se
percataba de aquel cambio radical del cual estaba siendo protagonista. Y cómo
darse cuenta, si la habían arrancado de un momento a otro de su hogar, de su
lugar de origen, la habían arrastrado sin más, a una ciudad completamente
desconocida para ella, completamente ajena y demasiado fría, en la cual intentaba encajar.
Se volvió
rebelde, dejó de creer en la pureza del amor, dejó de tener ilusiones, dejó de
ser ella y pasó a convertirse en la protagonista de una vida que no le
pertenecía, cedió ante lo que tenía en frente y decidió actuar de la manera más
perfecta posible, aquel papel que todos tenían para ella. Y lo hizo de una
manera impecable, tanto que en algunos momentos ella confunde su interpretación
con sus verdaderos sentimientos, esos que alguna vez formaron parte de su vida
y que a pesar de estar dormidos, aún se cobijan en lo más profundo de su
corazón bajo una gruesa coraza que los protege y les impide la salida.
Aún
camina por el mundo, actuando la vida que otros querían para ella, inventando
sentimientos que cree perdidos, aferrándose a emociones fugaces para intentar
sobrevivir en un mundo que parece ajeno a ella, en un mundo que sigue girando a
pesar de que la joven ya no gira con él.
Sólo
espera pasivamente el momento en que pueda despertar de toda esa superficialidad
que la viene cegando, de todo ese mundo incierto que la envuelve y en el cual intenta
vivir, para dar el gran paso a la realidad, esa realidad de la cual nunca debió
salir.
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