Momentos Decisivos
La vida está llena de momentos decisivos, fracciones de segundos en donde puedes elegir entre una acción y otra. Y, aunque muchas veces pasan desapercibidos, los resultados que traen consigo son arrolladores, hacen tambalear tu mundo como un huracán llevándose todo a su paso.
Ese paisaje que habías construido con tanta ilusión, que te había moldeado y con el que te habías fundido, ya no está.
Quieres dar marcha atrás pero el lugar que anhelas ha quedado desolado. Ya no existe. Cierras los ojos y buscas aferrarte a ese calor conocido que se ha desvanecido. Recoges los pedazos rotos y ya no puedes restaurarlos. Anhelas lo que había, extrañas lo que ya no está.
¿Qué ha quedado? Solo daño. Y, aún sabiendo que allí ya no queda nada, quieres volver. Caminas sobre tus pasos buscando algún vestigio de lo que antes solías encontrar. Intentas respirar aquel aroma conocido, esa calidez placentera, pero ahora solo hay polvo que se impregna en tus pulmones y mucho frío. Dedos acusadores que te culpan por aquel desastre y mucho, mucho rencor.
Escuchas palabras que suenan como cuchillos atravesándote la espalda y tragas saliva para intentar mantenerte en pie, no quieres caer, no puedes permitirte caer de nuevo. Hay que ser fuerte.
Palabras que percibes como ecos dolorosos impregnándose en lo más profundo de tu alma, capaces de despertar ese poquito de dignidad que aún te queda. La recoges. Y es esa misma dignidad la te hace recordar, trayendo imágenes olvidadas a tu mente para mostrarte lo que, en su momento, te fue arrebatado. El preciso instante en que comenzaste a ceder, a perderte. Aquellos trozos tuyos que no encajaban en ese cuadro y que te obligaron a esconder. Pintaron encima de tu piel para intentar ocultar tus imperfecciones y tú les ayudaste. Fuiste exhibida como la obra perfecta, a costa de silenciar tu voz interior y una especie de cáncer empezó a devorarte por dentro.
La vida está llena de momentos decisivos y muchas veces, no nos damos cuenta. Y aquí estoy, intentando aferrarme, otra vez, a ese paisaje desolado que ha quedado. Y continúo caminando por entre los escombros, quiero volver a esas falsas paredes decoradas. Busco volver a ser, de nuevo, ese cuadro. ¡No!. Definitivamente, no. El dolor no me permite ver. Este dolor me abraza y me devora hasta convertirme en cenizas, mi alma fragmentada es incapaz de comprender.
Sin embargo, una leve vibración pone en evidencia que algo anda mal, que las cosas no deberían ser de esa manera, que este dolor no me pertenece, que este dolor no soy yo. Recuerdo las críticas, revivo las miradas acusadoras y me vuelvo a hacer chiquita. Quiero complacer, quiero encajar, quiero formar parte, quiero ser amada.
Y, por primera vez en mucho tiempo, despierto. Soy consciente que me toca a mi misma curar mis heridas, que es mi responsabilidad amarme como soy, incluida mi sombra. Aceptarme y abrazar mi dualidad. Abrazar mi parte oscura y entender que por muy grande que esta sea, siempre habrá del otro lado la misma cantidad de luz dispuesta a brillar. Que no puedo ser mutilada, que para que exista luz debe de haber sombra, que soy humana, que me equivoco y que está bien empezar de nuevo. Que estoy donde tengo que estar, ni adelante ni detrás.
Intenté crear una jodida obra que aspiró ser perfecta. Copié, adapté y representé lo que se supone debería ser una pareja. Lo intenté. Y sin darme cuenta, dejé de lado mi originalidad, acepté imposiciones y callé mi voz, solo por esa absurda necesidad de aprobación, tu aprobación.
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